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zapatosardientes
26 juin 2006

Des articles sur la sévillane et la feria de séville (en langue espagnole)

SEVILLANAS, EL PALO EQUIDISTANTE
Candela Olivo

"Este género se configura como el arquetipo de la canción folclórica aflamencada"

La línea divisoria entre flamenco y folclore es, en ocasiones, demasiado difusa. Las sevillanas se mueven en esa tenue frontera, manteniendo su esencia popular, pero sin renunciar a la riqueza expresiva del flamenco. Un palo al que se han asomado voces desde la Niña de los Peines a Camarón, desembocando en jóvenes gargantas como la de Estrella Morente. Un género a medio camino, cuya constante transformación ha hecho cuajar nuevos estilos, evolucionar musical y temáticamente las coplas y crear un rico yacimiento comercial para la cultura andaluza.

La sevillana es un cante con copla similar a la clásica seguidilla castellana, aunque el tiempo ha hecho evolucionar su forma métrica y musical. Este género se configura como el arquetipo de la canción folclórica aflamencada, cuya finalidad ha sido siempre acompañar al baile del mismo nombre. J.M. Caballero Bonald incluye a las sevillanas en su clasificación de los palos flamencos, entre los cantes derivados de distinta procedencia folclórica andaluza-manchega.

En este género, que Blas Vega caracteriza por su "gracia, viveza y ágil dinamismo", el toque de guitarra que la acompaña admite cualquier tono. La danza, movimiento casi congénito para los sevillanos, es el marchamo que populariza el palo. Las sevillanas se bailan por pareja en series de cuatro en cualquier sarao que se precie... ferias, romerías y hasta discotecas. Cada parte está coreografiada de modo diferente siempre con pasos fijos, existiendo un intervalo musical de silencio o de estribillo. Los movimientos más peculiares son los paseos, pasadas, remates y careos. Sobre el último compás del cante, la música y el baile cesan juntos, adoptando los que bailan una pose "garbosa y provocativa, dada su calidad de baile de galanteo". La influencia del flamenco está enriqueciendo los remates con toques de bulerías o tangos, cambio paralelo a la casi renuncia al acompañamiento de castañuelas.

Para Blas Vega "la sevillana es una de las formas que más ha evolucionado musical y literariamente. Actualmente, junto al enriquecimiento popular de que hacen gala los compositores, los letristas, ajustándose a los compases musicales, emplean distintas fórmulas métricas para conseguir un mejor y mayor contenido poético". Francisco Moreno Galván, pintor y letrista, llegó a componer unas sevillanas nunca grabadas que reflejan esta evolución lírica:

El río de Sevilla
Ya no es camino
Para barcos de vela
Azahar y olivos.
Porque a sus mares
Andalucía llevaba
Sus azahares

Como ya recogiera Carlos Saura en la película de corte documental Sevillanas (1992), quizás el mayor homenaje que se le ha rendido a este género a lo largo de su historia, existe una consensuada tipología. Boleras, corraleras (de Lebrija), de las cruces de mayo, bíblicas, marineras, litúrgicas, de Feria, rocieras y para escuchar. Una clasificación ya apuntada por Arcadio Larrea en Guía del flamenco (1975).

Los temas de las coplas resaltan los aspectos que personalizan lo andaluz y, más concretamente, lo sevillano. El sentimiento expresado es normalmente festivo y amoroso, con amplia cabida para el humor: "Me casé con un enano, salerito, pa' jartarme de reír...". Últimamente, la alabanza a la Virgen del Rocío está copando incluso el lugar de las sevillanas más sevillanas, las de Feria o la propia capital hispalense. "A la Virgen del Rocío le gustan las sevillanas, pero como tiene al niño no puede tocar las palmas...". Una temática que se prodiga en las grabaciones tipo popurrí de los coros rocieros de las diferentes hermandades.

Flamenco y sevillanas no pueden negar su parentesco. Grandes figuras del flamenco han registrado versiones de la sevillana en grabaciones discográficas. La Niña de los Peines, La Paquera, María Vargas, Manuel Gerena o el mismísimo Camarón, que deja en la película de Saura una de sus últimas interpretaciones, son algunos de los cantaores que han tamizado en su garganta la antigua seguidilla. Duquende y Estrella Morente han sido de los últimos cantaores en ceder hueco a la sevillana en sus trabajos. Al igual que ha ocurrido en la sevillana bailada, quizás el primer estilo que, por tierras hispalenses, acomete cualquier incipiente bailaor. Recientes espectáculos como "Raíz" o "Bailaor" de Antonio Canales, "Sensaciones" de Sara Baras o "La Metamorfosis" de Israel Galván hacen algún que otro amago de sevillana.

Y en ese ir y venir, la temática se torna a veces sombría para abrazarse con el flamenco en su trágico sentimiento de la existencia:

Cuando mueren los famosos
Todo el mundo lo lamenta

Cuantos pobrecitos mueren
Y nadie los tiene en cuenta

Yo he visto un hombre morir
Sin nadie junto a su cuerpo
Nadie quien poder rezarle
Ni siquiera un padrenuestro

Letra que tiene su homóloga en el cante flamenco en la copla:

Cuando se muere algún pobre,
¡qué solito va al entierro!,
y cuando se muere un rico
va la música y el clero

Como el flamenco, la sevillana viene viviendo desde los sesenta un nuevo revivir, que queda expuesto cada primavera en los top ten de las emisoras de radiofórmula más castizas, fiel reflejo de la proliferación de nuevos grupos, la publicación de trabajos y la casi exclusiva consagración de algunas discográficas como Pasarela, Senador o Hispavox al género. A partir de los hermanos Reyes y los hermanos Toronjo, no han cesado de surgir grupos dedicados a la interpretación a varias voces del género. Entre ellos, Los Marismeños, Amigos de Gines, Los del Río o Los Romeros de la Puebla, curiosamente, el grupo que ostenta el récord de permanencia de la música internacional: más de treinta años juntos. También en solitario, siguiendo la estela de El Pali, el máximo exponente del 'sevillanismo' de la sevillana, han cantado El Mani, Rafael del Estad o Manuel Orta.

Si alguna duda queda de la consanguinidad flamenca de las sevillanas, sólo un ejemplo. Azotea (1988), una grabación del grupo de sevillanas gaditano Salmarina, lleva un atrás que para sí quisiera el más preciado cantaor. Isidro Muñoz compone las letras y acompaña en el toque a Vicente Amigo; Manuel Soler, al baile, palmas y cajón; el bajo es de Carles Benavent; y el piano de José Miguel Évora. Y si eso no es flamenco...

Candela Olivo

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LA GRAN PARADOJA: DE LA SAETA A LA BULERÍA
Alberto García Reyes

"Entre el tumulto de bailes y palmas aún sigue habiendo sitio para las voces cabales"

Al son del cascabeleo de unas reses subyugadas a los mandatos del hombre, nace el cante del labriego. "¡Arre mula!", dice el acemilero mientras entona una canturria monocorde que exige mayor desparpajo en la trilla al animal. Y luego, cuando llega la feria del ganado, el mismo cinchador que antes tarareaba en las gañanías las melodías de su tedio, se deja embaucar por el mosto y el trueque transformando los jalones de las bridas, a compás, en molimientos de nudillos sobre la madera. ¡Ay la feria! La compra-venta de ganado era quizás la excusa perfecta para salir de las fanegas de tierra cercada, donde la fatiga se daba la mano con la hambre y la uva embriagadora no era más que un sueño maldito, humilde quimera de unos hombres ahítos de faena y escasez. Pero abril, el mes que altera -no adultera- las rutinas de Sevilla, era la luz en las negruras de aquellos mozos a los que sus señores premiaban con trabajarle el ganado en el mercado de Ybarra y Bonaplata. Porque tras la intensa jornada de acarreo y trasiego de animales les aguardaba con impaciencia la taberna. Y allí, el cante nacido del folclore o de la necesidad, se hacía género cabal entre chatos de mosto del Condado y manzanilla de Sanlúcar.

Puede que después, con el tiempo, la Feria de Sevilla haya elegido las sevillanas para componer su banda sonora. Pero la génesis fue otra cosa. En las primeras casetas se cantaba por seguiriyas y soleares, por tonás y trilleras y, en algún caso, también por sevillanas, que no hay que olvidar que éstas también constituyen uno de los palos del flamenco. El origen del cante se asienta sobre las figuras de ciertos ganaderos y matarifes, precursores de los viejos profesionales que después aprovecharon acontecimientos de este tipo para cantar en las tascas -o casetas- a cambio de unos reales. Sirvan de ejemplo las palabras de Juan Martínez Vilchez, Pericón, que José Luis Ortiz Nuevo recogió en su libro "Mil y una historias de Pericón de Cádiz":

"Yo le veía la cara a Tomás Pavón y me daba miedo mirarlo, y es que en la caseta de al lao había un pianillo que no paraba de tocar sevillanas... y el pobre Tomás na más que pensar que tenía que cantar con el pianillo aquel se ponía malo, hasta que ya el presidente de la caseta donde trabajábamos mandó dos o tres recaos y por fin consintieron de parar un rato el pianillo; entonces aprovechó Tomás para cantar por seguiriyas; cantó una vez y ya no cantó en toa la noche porque, desde luego, es que allí no se podía".

Esta escena, que no está fechada, pudo haber ocurrido allá por los años veinte, pues el menor de los Pavón nació en 1893 y Pericón, en 1901. Ya por entonces, el flamenco, un género que siempre ha sido poco entendido por las mayorías, empezaba a abdicar su mandato inicial en favor de las citadas sevillanas de pianola. La feria, con setenta años ya de historia, había transformado el intercambio de ganado en fiesta y jolgorio. Y el cante fue de los primeros en hacerse a la transformación: de las jonduras de antaño a la liviandad actual.

No hay un solo cantaor de renombre que no haya pasado, sin embargo, por alguna de las casetas feriales. Entre el tumulto de bailes y palmas aún sigue habiendo sitio para las voces cabales, que hacen de la bulería un imperio con el que defender el flamenco actual. Cantaores como Juan Peña El Lebrijano, Paco Taranto, José de la Tomasa o Pepe Collantes y bailaores como Antonio Canales o Manolo Marín mantienen vivas las esencias con las que nació el festejo abrileño. Y demuestran que Sevilla, tan paradójica como maravillosamente, sabe pasar, con el alma indemne, de la queja de la saeta a la euforia de la bulería en sólo unos días, en las mismas gargantas. Como cuando los labriegos de la génesis cambiaban las asfixias del trabajo por las ebriedades del vino. En fin, como Sevilla misma.

Alberto García Reyes

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